Ya han pasado más de tres semanas desde que corrí la maratón. Tiempo suficiente para descansar y empezar de nuevo los entrenamientos; y tiempo suficiente para ponerme a contar lo que ocurrió durante la maratón: las anécdotas. Al fin y al cabo, las anécdotas siempre son más divertidas de leer que los fríos resultados.
La carrera empezaba a las 10:30 de la mañana. Como en toda competición mínimamente importante, me levanté 4 horas antes para desayunar. Después de 2 tostadas y un café, salí a pasear un poco para activar las piernas y, si lo encontraba, comprar un periódico español para disfrutarlo durante un par de horas.
Por la mañana uno ve las cosas muy claras y se da cuenta que, aunque sea la misma hora, no es lo mismo pasear a las 7 de la mañana de un domingo que volver a las mil de la noche de un sábado. El periódico no lo encontré; al que encontré fue a un yonki que dirigía los pasos hacia mí. Cuando llegó a mi altura hizo para cerrarme el paso. Yo, muerto de miedo, opté por hacer un sprint de 10 metros y alejarme. "Empezamos bien el día", me dije.
De vuelta a casa, me senté en el sofá con Madame Bovary. Nuevo disgusto: acababa de suicidarse. Al paso que vamos no sé que va a ser de mí en la maratón.
Pero todo cambió al calzarme las zapatillas. Uno se siente ligero y con furza suficiente en las piernas para recorrer el mundo (dos veces). Empecé a calentar y nos dirigimos a la salida. Me coloco junto a Asier, Ibon y Ramón, justo detrás de los atletas destacados.
El disparo de salida sonó puntual y diríamos que mató a alguien. Justo a mi lado empiezaron a caer atletas y Ramón se encuentraba entre ellos. Ibon y yo tiramos a nuestro ritmo y Asier se quedó a esperarlo. En el km 1 ya estabamos reagrupados, aunque parecía que a Ramón le dolía un dedo de la mano.
Pasaban los kms. y con Asier comentaba la jugada. Hablamos bastante pues el ritmo era cómodo. En los avituallamientos, él se ofreció a coger mi bidón. [Abro paréntesis: cada 5kms hay avituallamientos; la organización coloca vasos llenos de agua o bebidas deportivas para los todos los corredores pero, para los atletas de primer nivel, hay bidones propios. La noche anterior, cada atleta tiene que entregar sus bidones con distintivos para ser reconocidos durante la carrera. La ventaja es que cada uno bebe lo que ha preparado a su gusto y que es más fácil beber de un bidón que de un vaso.] En el km 5 Asier reconoció el bidón con facilidad, aunque tuvo que pararse un poco. En el 10 la cosa fue mejor; pero al llegar al 15...
Los bidones, además del distintivo, llevan el número de dorsal del corredor. Por lo tanto, al ser individuales, un voluntario tuvo la idea de entregármelo en mano. Yo, confiado que lo cogía Asier, no prestaba atención y la cosa pasó tal como lo cuento: Asier vio al voluntario con el bidón y se acercó a cogerlo. El voluntario al verme a mí, se me acercó para ofrecérmelo a la vez que evitaba que Asier lo cogiera. Para más inri, Asier mide menos de 1,70 y el voluntario era de tamaño holandés; total, que Asier estaba saltando alrededor del voluntario mentras que él levantaba el brazo para que no lo cogiera. Cuando me di cuenta, grité al chico que Asier era mi liebre y que le entregara el bidón. Para el próximo avituallamiento, decidimos que yo lo cogería.
Mientrastanto, seguíamos hablando y aprovechamos para poner motes a los que nos acompañaban. Teníamos al dorsal 2004, de correr tosco y la piel blanquísima; yo lo llamé John Brown, aunque ya le gustaría perecérsele siquiera un poco. Luego estaba el francés o el del mp3 que, pasada la media, se puso a darnos las gracias; todavía hoy me pregunto por qué. Luego estaba el español de las 2h40 que no sé ni cómo ni dónde acabó. Y también había otros, pero les perdimos el rastro antes de que habláramos de ellos.
Y llegó el momento en que me quedé sólo. Poco antes, Asier había dicho: "ahora a pillar morenos", es decir, a adelantar los que han salido más rápido que sus posibilidades y ahora van agonizando. Yo adelanté a dos. Uno de ellos era una liebre y no entiendo por qué seguía corriendo, pues iba sólo. [La liebre es el atleta al que se le paga para que vaya comandando un grupo; si no hay grupo, la liebre no tiene sentido.]
Y llegué al túnel. Una semana antes, Iñaki me preguntó dónde estaba el túnel y qué dureza tenía. Yo le contesté que no había ningún túnel en todo el recorrido y descubrí por qué me había equivocado.
Cuando escribí la previa, yo iba por el carril-bici. Sobre el km 37, la carretera hace un bucle que el carril-bici solventa por arriba. Y pensé en Iñaki. A simple vista no es una gran cuesta, pero la vista en el 37 ya no es tan simple. Después de la carrera, Iñaki me comentó que se encontró sin fuerzas al salir del túnel y que tuvo que recorrer la cuesta andando. Pobrecito.
Y ya al final, exausto, llegué al estadio. Ni la marca era para celebrarlo tanto (2h27'09") ni el puesto (31) para tirar cohetes. Pero entrar en un estadio lleno de público, con la música bien alta y descubrir que haciendo un poco el payaso la gente aplaudía más, decidí darme una ovación y saludar al público a la vez que les mandaba besos.
Por la tarde, tocaba ir a Misa. Con el cansancio de mis piernas, el hecho de que fuera en holandés y el que durara más de una hora, hiceron que lo pasara un poco mal. Pero tuvo su premio: acabada la comunión, un cura-monaguillo abrazó un violonchelo y entonó -bajo- un Ave María como nunca había escuchado. Mereció la pena toda la Misa sólo por este final.