jueves, 24 de septiembre de 2009
La cursa de la Mercè
martes, 22 de septiembre de 2009
Fotos de Macedonia
Ohrid es una ciudad muy antigua y muchas de las casas se contruyeron en las laderas de la montaña, dejando tan poco espacio entre unas y otras que sólo diminutas escaleras pueden hacer la función de calle.
Los atardeceres a orillas del lago tienen muchas fuerza y en escasos minutos el cielo se tiñe de los colores del fuego mientras las barcas siguen inmóviles en las aguas tranquilísimas de esas horas.
Y en sólo media hora el sol desaparece por completo y la ciudad antigua queda iluminada por la luz artificial, creando un juego de luces y sombras que añade misterio a la igelsia más famosa de Ohrid: Saint John Kaneo.
martes, 15 de septiembre de 2009
España mola
PD: La comparación gráfica, que no es idea mía, viene del foro de atletismo.
lunes, 14 de septiembre de 2009
El viaje de casi 25 horas
Como se puede ver en la foto, el Hilton de Praga ofrece albornoces para los huéspedes. Con estos lujos, Dan y yo empezamos a olvidarnos de la carrera y salimos a pasear la mañana por el centro de la ciudad. Y no fue hasta la hora de la comida que recordamos que teníamos una reunión de atletas a las 11 de la mañana, pero la ciudad nos encantó. Estaba abarrotada de turistas y seguramente no fue tan importante la reunión; nuestra obligación era correr rápido y no hacía falta que nos lo recordaran. Además, sabíamos que los premios no eran para nosotros.
La salida, programada para las 20:30, congregó a muchos de los turistas que por la mañana cruzaban el puente Carlos, el más antiguo y famoso de Praga, desde el que martirizaron a San Juan Nepomuceno lanzándolo al río envuelto en una piel de cabra. Sin embargo, este año está en obras y no es lo suficientemente ancho para que pase la carrera como sí ocurría antes. Se cambió el circuito, se añadieron giros por aquí y giros por allá que, sumados al adoquín que gobierna el centro histórico de Praga, convirtieron la carrera en un suplicio.
Mientras yo creía poder terminar en poco más de 30 minutos, llegué a meta en 31'38” y como 21º. Puedo alegar que mis piernas estaban cansadas de los 30kms del martes, pero no tanto. Me decepcionó la marca un poco pero, por otro lado, todos los atletas con los que hablé coincidieron en que el circuito era muy lento -y quizá largo-. Dan, por ejemplo, estaba entrenando para correr en menos de 30 minutos y llegó diez segundos detrás mío. Y lo mismo opinaba Phil Bandi, de Suiza.
Y para remediarlo, como buenos amigos, nos fuimos de cañas, después de cenar un poco en el Hilton. Si Praga es bonita de día y de tarde, también lo es de noche. Encontramos un bar muy tranquilo, en una calle silenciosa, donde tres pintas -juntas- costaban menos de 4€. Y tomamos dos rondas, mientras Phil nos contaba a Dan y a mí que a finales de noviembre se celebra una carrera de 10km cerca de su casa; por lo visto, a los atletas les invitan al Hilton y sería una buena manera de juntarnos de nuevo, ¿no creéis?
A la mañana siguiente -o unas horas más tarde- estábamos tomando el desayuno buffet (y yo haciéndome bocadillos para el viaje). Phil iba al aeropuerto para volar hasta Suiza; Dan se quedaría unas horas más en la ciudad y luego conduciría su magnífica furgoneta hasta Alemania; mientras, yo tomaría el EC 176 con destino a Dresden, el primero de los cinco trenes -y dos metros- que necesitaba para llegar a casa.
Todo el que haya cruzado en metro una ciudad, haciendo varios transbordos, conocerá la esencia de mi viaje; sólo hay que añadirle kilómetros. A las 10:40 llegué a Dresden, con sólo un cuarto de hora para coger el ICE 1548 con destino Frankfurt Süd. Estos trenes alemanes son muy cómodos y rápidos, pero Frankfurt está tan lejos que tardé cinco horas en llegar. El siguiente, un TGV, salía de Frankfurt Hbf a las 16:57 y necesitaba reservar asiento. Mientras enlazaba ambas estaciones con un metro, temí no encontrar plaza y, gracias a Dios, no tuve problemas. Con sólo 5€ de suplemento (el billete normal cuesta algo más de 100€), pude subir al orgullo francés. Este TGV 9552 recorre las ciudades de Alemania al tram-tram (unos 120km/h) para que notes el contraste al pisar el suelo francés. La última parada antes de París-Est y primera dentro de Francia, Forbach, está a casi 400km de la capital y, no obstante, en una hora y media se termina el viaje.
Llego a las 20:53 y el tren nocturno que tengo reservado sale a 21:56, pero desde París-Austerlitz. De nuevo subo al metro para cambiar de estación y empiezo a pensar en el ayuno que tengo que guardar para las pruebas médicas. Una vez dentro del Coráil Lunea me termino la fruta que me acompaña desde Praga y empiezo a dormir.
Me despierto cuando anuncian Perpignan y al cabo de poco el mar, con su amanecer característico en estos pueblos del mediterráneo, me da la bienvenida a casa. Llego a Port-Bou a las 8:20 de hoy, lunes y tengo nueve minutos para comprar el billete para el regional 15806, el que sale a las 8:29, que me dejará en Girona a las 9:32. Con un poco de paciencia y muchos raíles, se puede ir de Praga a Girona en 24h52m. Ahí me ha recogido mi madre para llevarme al hospital, donde hemos llegado con veinte minutos de adelanto (no me extraña, salí con más de un día de ventaja) y me han recibido con una papilla de color rosa que tenía que beber a grandes sorbos y dejar que circulara por mis intestinos. Pasados unos minutos han hecho radiografías de mi barriga y mañana me darán los resultados.
Siento mucho el retraso por publicar esta historia pero, como podéis comprobar, he estado muy ocupado desde que terminé la carrera en Praga.
viernes, 11 de septiembre de 2009
Praga
miércoles, 9 de septiembre de 2009
Solución
Pregunta
martes, 8 de septiembre de 2009
Los 30km de Ohrid
Las frutas de Macedonia se han alineado a mi favor. Hoy es un gran día para este país -cumple su mayoría de edad- y para mí, que me alegro un montón.
La carrera estaba prevista para las diez de la mañana y para abrir boca, un autobús destartalado nos ha recogido a casi todos los atletas en el centro de Ohrid para llevarnos a la frontera con Albania. Ese es el punto inicial de la carrera (y suerte que no es diez metros más allá porque no llevaba el pasaporte encima). Durante el trayecto, mientras el conductor quema el embrague en las subidas y gasta los frenos en las bajadas, el serbio que se sienta a mi lado me hace entender que por allí correremos nosotros. ¡Qué guay! Aunque no ha sonado muy convinvente.
A punto de empezar, las enfermeras macedonias valoraban la presión sanguínea de los participantes (a mí me han dicho 110/80); nunca antes lo había visto, pero no fue lo peor. Por aquello de que eran muchos kilómetros, quise evacuar un poco y... ¡sorpresa! El baño era ese maldito invento de un agujero en el suelo y trata de acertar -sin acercarte demasiado, claro, y con cuidado de no dar un traspié-. No sigo, porque tampoco hacen falta detalles; con deciros que no hubo ningún accidente, pero que mis piernas se resintieron de estar un minuto a medio doblar será suficiente.
Empieza la carrera -os recuerdo que estamos a 700m sobre el nivel del mar-, bajamos un poco y subimos y subimos y subimos hasta 880m. Como quien no le presta atención, el 10.000 lo cruzo con otro corredor en 31'41”, habiendo subido 208m y bajado 191. A partir de ahí ya no se sube y baja tanto, pero no es realmente llano. Hemos empezado tan fuerte que pronto nos acomodamos a un ritmo medio y pasan los kilómetros. El 20 lo marcamos en 1h04'28” (eso significa a menos de 1h08'00” la media maratón). Me encuentro bien y al dejar a mi compañero que tire un poco, se frena. Intuyo que no va fino y le ataco. Ha sido un acierto; el viento sopla en contra y no me apetece llevarlo pegado a mí. Se va quedando y desde el coche del organizador me recuerdan que el récord de la prueba -por el que pagan 200€ extras- está en 1h39'13”. Lo veo difícil pero lo intentaré.
A medida que pasan los minutos se demuestra que mi ritmo es más y más lento. Más que las subidas, noto el desgaste de las bajadas; eran tan fuertes que me han destrozado los cuádriceps y los gemelos. Pero me giro y no veo al segundo. Entro en Ohrid buscando un arco que signifique “meta” mientras mi reloj ha agotado el minuto 37 de la segunda hora; tengo sólo un minuto para hacerme con el récord y sigo sin ver la meta, aunque desde el coche me animan diciendo que lo consigo. Pero pasa también el 38 y gran parte del 39. Los del coche no tienen ni idea de lo que es correr.
Ahora ya veo el arco; levanto las manos y disfruto con la victoria, aunque sea a más de un minuto del récord (1h40'29”). El organizador me felicita y hablamos de lo cerca que ha estado el récord. Quizá otro año, me dice él. Ahora que ya sé lo que es esta carrera... quizá otro año, ¿por qué no?
lunes, 7 de septiembre de 2009
De autobuses y carreteras
De Sofía a Skopje sólo hay 220kms (según la viamichelin; GoogleMaps es incapaz de calcularlo), pero el autobús tarda algo más de cuatro horas en unir estas dos capitales. Las carreteras que parecen secundarias y las montañas que hay que coronar son el motivo de esta lentitud. Sin embargo, el viaje resulta entretenido.
La hora prevista de salida eran las 16:00 (15:00 en España) y, en contra de lo que cualquiera se imaginaría, salimos diez minutos antes. ¿Por qué esperar más si ya estábamos todos a bordo? Me explico: el conductor, el revisor (o conductor suplente), dos chicas macedonias y yo; cinco personas para un autobús de más de cuarenta plazas. Lo que yo no sabía es que pronto se transformó en un submarino. Dicen las guías de viaje que en los Balcanes los niños nacen fumando y en este autobús entendí a qué se referían.
Yo, por mi parte, me dedicaba a mirar el paisaje y a controlar el Suunto (ese reloj que gané en Gran Bretaña) para saber a qué altura estábamos. La frontera, por ejemplo, está a 1130m sobre el nivel del mar y ayer una niebla densa impedía ver mucho más arriba. Ahora descubro que a ambos lados, las montañas que se intuían, superan los 2000m. No tuve suerte; del mismo modo que tampoco estamparon un bodegón en mi pasaporte como bienvenida al nuevo país.
Mientras, en el autobús, pusieron un vídeo de “gags”, pero a mí no me hacía mucha gracia. Tan poca atención le presté que no sé si hablaban en búlgaro o en macedonio. Empezaba a preocuparme por no saber dónde dormiría en Skopje, aunque tenía la dirección de un hostal apuntada en la libreta. Llegué pasadas las siete de la tarde; era domingo y no tenía denarios. Un taxista se ofrecía a llevarme por el equivalente a 3€, pero yo sólo quería saber cómo se llegaba andando. Y más o menos me indicó por donde. Luego volví a preguntar y otra vez más y cada vez descubría que los macedonios son muy amables con el que está perdido. Por ejemplo, el último chico al que pregunté me acompañó hasta la puerta del hostal.
Mientras escribo estas líneas, me encuentro en el autobús de Skopje a Ohrid (mucho más lleno que el de ayer) y acabamos de superar los 1000m de altura. Todavía hay nubes bajas, pero hacia el valle la vista es impresionante. No tenía una idea preconcebida de Macedonia, pero por su proximidad a Grecia me la imaginaba más seca. Estoy completamente equivocado, Macedonia es muy verde y merecería la pena recorrer el país en bici para disfrutarlo al máximo.
Ya he llegado a Ohrid y mientras espero que me recojan en la estación de autobuses, varias mujeres se acercan para ofrecerme habitaciones, mientras los taxistas también ofrecen su mercancía. Yo les digo que no, que un tal Peco vendrá a por mí.
Pasa más de media hora, pero llega Peco. Me acompaña al complejo deportivo donde puedo recoger mi dorsal y pagar 10€. Descubro que la carrera es popular (habrá unos 70 corredores) y confirmo lo que me decía un taxista que me entrevistaba mientras esperaba a Peco: los primeros kilómetros son muy duros, subir, subir y subir.
El Suunto me chiva que el lago está a 700m de altitud y empiezo a temer que la carrera será mucho más dura de lo que imaginaba. Pero eso será mañana. Ahora ya estoy en el hotel al que me ha llevado Peco (pero no sé si está incluido en los 10€) y desde el que puedo contemplar gran parte del lago Ohrid. Al fondo, casi en la frontera con Albania, está la línea de salida; cerca, en la ciudad de Ohrid, la de meta; durante... varias montañas.
domingo, 6 de septiembre de 2009
Unas horas en Sofía
Pasar unas horas en Sofía ha sido un desvío (o un descuento) para llegar a Macedonia. Ni siquiera ha llegado a las 24 horas, pero han dado mucho de sí. Para empezar, lo primero que me ha llegado a la cabeza al aterrizar fue el chiste de Eugenio: saben aquell que diu...?
El otro día estaba mirando la sección de anuncios del periódico y uno me llamó la atención: mujer enseña el búlgaro. Yo que me fui y... ¡resulta que era un idioma!
Y de los chungos, añadiría yo. Aquí todo está escrito en cirílico y es muy difícil de entender. Las N son I; las P son R, los números pi son P... y así hasta confundirlo a uno. Hasta tal punto llega la confusión que esta mañana, en misa, el cura ha dicho “ite misa est” y nosotros hemos contestado “thanks to God”.
Al salir, para compensar el lío de una misa en inglés dirigida en latín -y con evangelio en búlgaro, el idioma-, había café y galletas para los asistentes. Una idea muy buena porque faltaban unos minutos para que empezara a llover. Me ha dado tiempo a visitar el mercadillo de antigüedades de delante de la catedral Alexander Nevski, donde puede encontrarse casi de todo. Destacan, entre los cubiertos de plata y los gorros soviéticos, condecoraciones y relojes con esvásticas, cámaras de foto con varias décadas de historia, sables, violines, joyería y un largo etcétera.
Ahora me falta más o menos una hora para abandonar este país. Han pasado más de treinta años desde que mi madre estuviera por aquí (en el campeonato de Europa de baloncesto júnior) y según lo que me ha contado, no hay tanta diferencia. A mí no me han llevado a visitar fábricas donde cada semana colgaban en la pared la foto del mejor trabajador, pero viviendas de estilo comunista, estatuas en los parques enarbolando armas y demás detalles, recuerdan el pasado de este país.
Próxima parada, Skopje, capital de Macedonia. Y mañana otro más para llegar a Ohrid.